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Historia del Seminario de San José
El 29 de junio de 1921, a poco más de un año de haber sido erigida la diócesis de Tacámbaro, viene consagrado el primer obispo de la diócesis, don Leopoldo Lara y Torres. Días después de su ordenación episcopal comienza a recorrer la basta diócesis, dándose cuenta de la gran necesidad de sacerdotes, pues había sólo 44 y la mayoría de ellos ya grandes de edad. Surge así su inquietud por hacer nacer un Seminario que formase los futuros pastores de esta porción del pueblo de Dios, heredad que se caracteriza por ser en gran medida ‘tierra caliente’. Así pues, desde finales de 1921, se inicia la labor de invitar jovencitos para ingresar al Seminario y, gracias a Dios que siempre suscita trabajadores para sus campos, empezaron a llegar algunos de ellos a Tacámbaro, sede de la nueva diócesis apenas formada, con la ilusión de llegar a ser sacerdotes. Había comenzado la gestación del Seminario.
La primera generación se conformó por 48 aspirantes, de los cuales 4 llegaron a ordenarse sacerdotes. Estos 48 fueron los testigos e iniciadores de esta historia que está para cumplir 100 años. Ellos vivieron el momento de la inauguración del Seminario y la consagración del mismo a Nuestra Señora de Guadalupe por parte del obispo Leopoldo el 30 de abril de 1922. Había sido dado a luz nuestro Seminario.
Y este niño recién nacido, tendría que vivir muchas dificultades. Poco después de haber cumplido 4 años, tendrá que abandonar la casa paterna, pues el gobierno de entonces era contrario a toda forma de expresión religiosa. Estamos hablando de los años de la llamada ‘época cristera’. El 30 de julio de 1926 don Leopoldo Lara y Torres clausura el ciclo escolar a causa de la persecución religiosa aquí en Tacámbaro, pues el 26 de febrero de este año, un grupo de gente armada en nombre del Gobierno del Estado había ido a reclamar el edificio en el que se encontraban los jóvenes y su sacerdote encargado, echándolos a la calle y exigiendo se les entregaran las llaves del inmueble, pues no querían que hubiese un parvada de esta índole. Así, nuestro Seminario comienza, en plena infancia, un período de exilio que durará hasta el año 1939.
En este año, poco antes que el segundo obispo de Tacámbaro don Manuel Pío López fuese trasladado a la diócesis de Veracruz, él junto con don Abraham Martínez reabrieron en Tacámbaro el Seminario, llamando a sí a los seminaristas dispersos que estaban formándose en diversas partes del país y, a la vez, reanimando dentro de la misma diócesis entre los jóvenes el llamado al sacerdocio. Al parecer 18 fueron los convocados, según la lista que se tiene en la Secretaría del Seminario, pero, nuevamente gracias a la providencia divina que suscita pastores para su grey, al año siguiente, 1940, el número ascenderá a 117. El jovencísimo Seminario de apenas 18 años, comenzaba a recobrar vigor, después de un largo período de exilio.
A partir de los 40’s, el Seminario poco a poco irá mejorando en todos los sentidos, con lo cual se redunda en un mejor servicio para la Iglesia. Sin duda, gracias al esfuerzo de muchas personas, pero aquí resalto sólo algunas que sin duda han dejado una huella importante en la historia de nuestro Seminario. En primer lugar, menciono al p. José María Martínez, hermano del obispo don José Abraham, quien se destacó por su labor como guía de las almas de los que guiarían las almas de los fieles. El padre ‘Chemita’ como le llamaban fue nada menos que un pastor de pastores que modeló la conciencia de aquellos que guiarían conciencias, tarea paciente y ardua que merece una mención especial.
En segundo lugar, hago mención del p. Enrique Amezcua que por su ánimo de formar pastores para el Señor, no sólo organizó el Seminario al interno, sino que también hizo confluir muchos esfuerzos externos para alimentar material y espiritualmente al Seminario. El p. Amezcua, como era mayormente conocido, estableció de forma clara los años de formación, amplió el profesorado, agregó un año más de formación, inició los estudios de filosofía en Tacámbaro, pues, hasta ese tiempo, los seminaristas debían salir a otras diócesis a realizar esos estudios y los de teología. Logró que los seminaristas aprendieran labores manuales útiles para ellos y los demás, como la sastrería, albañilería, zapatería, peluquería, etc., hizo que ampliaran su cultura recibiendo clases de gimnasia y música. Realizó la hazaña de enviar a 11 jóvenes seminaristas a realizar sus estudios a Roma, con lo cual proyectaba aumentar el nivel de preparación no sólo de estos candidatos al Seminario sino también de los posteriores. Por otra parte, invitó también a varios sacerdotes extra-diocesanos a dar cursos en Tacámbaro con lo cual aumentó el número de profesores. Fue el fundador de un soporte material y espiritual importantísimo para el Seminario: La Obra de las Vocaciones Sacerdotales. Fue también el p. Amezcua quien invitó a colaborar con nuestro Seminario a las Hermanas Franciscanas de san José, quienes comparten nuestra vida desde el año 1956.
En tercer lugar, señalo de estos años un proyecto importante que duró aproximadamente 20 años, me refiero a las ‘Escuelas Apostólicas”, que se inició en 1949 y concluyó en 1968. Proyecto que tenía la finalidad de dar estudios de Primaria a aquellos jovencitos que tenían inquietud de entrar al Seminario. Es de recordar que por aquella época el Seminario albergaba incluso a jovencitos de 10 o 11 años. Ahora bien, una de las figuras más importantes al lado de este proyecto fue el p. Manuel Peña, quien acompañó por varios años esta obra de formación inicial, en vistas de modelar a los futuros sacerdotes.
Otro período importante de la historia de nuestro Seminario inicia con la rectoría del p. Filemón Ávila. Año 1968. El ‘padre Fili’, como le decimos, logró acomodar los estudios del Seminario a las nuevas exigencias educacionales requeridas por la SEP. Pero, quizá, el mayor logro del padre Fili fue sembrar en el aspirante al sacerdocio la semilla de ‘hacer las cosas por convicción personal’, utilizando rectamente la libertad personal. Logro no fácil, y más si pensamos que para esos tiempos la educación se caracterizaba por acatar, sin poner objeciones, las órdenes del superior o del maestro. Sin embargo, este objetivo del padre Fili, no se logró sin complicaciones, sin lucha, no sólo con los seminaristas que debían aprender a auto-formarse, sino con las autoridades religiosas que estaban acostumbradas a otro tipo de formación. De hecho, este renglón le costó al padre Fili ser removido del Seminario. Pero, años más tarde sería llamado a recomenzar la labor emprendida. Por otra parte, no puedo pasar por alto, otra figura importante al lado del padre Fili. El p. Eudoro Betancourt, persona que gastó su vida modelando las mentes y corazones de los futuros sacerdotes, prácticamente toda su vida la entregó a los seminaristas. Realizó una labor escondida, ardua, muchas veces malagradecida y, sin embargo, necesaria. Su cuerpo reposa a las afueras de la capilla del Seminario Mayor y la biblioteca del mismo, lleva su nombre en su honor.
En los años 80’s se van a dar varios cambios que robustecerán nuevamente al seminario. Quizá el más vistoso de ellos a nivel material sea la construcción de los edificios del Seminario Mayor. Construcción que fue resultado del esfuerzo de muchas personas, encabezadas por el obispo Luis Morales y el p. Mario Gómez Ruiz Godoy, éste último como asesor técnico de la construcción. También, se dará un paso importante a nivel interno del Seminario, me refiero a la apertura de los estudios teológicos. Tiene esto su trascendencia porque hasta ese momento, desde que comenzó el Seminario, siempre esta etapa se había estudiado fuera de la diócesis, sea en el Seminario de Morelia o Zamora o en el colegio interdiocesano llamado Montezuma, cuya primera sede estuvo en una población ubicada en los Estados Unidos y la segunda en la ciudad de Tula, Hidalgo, o algunos la estudiaban en Roma. Los estudios teológicos en nuestro Seminario tienen la huella de los padres jesuitas, quienes tuvieron a bien acompañar a los primeros estudiantes de nuestra diócesis. También, entre los años 80’s y 90’s, al interno de la estructura del Seminario, se creó un tiempo para que los candidatos al sacerdocio percibieran con más claridad su vocación, a este tiempo se le llamó ‘año de espiritualidad’. Sin embargo, al inicio del siglo XXI, el año de espiritualidad desaparecía y en la Iglesia se implantó una nueva propuesta de formación: El Curso Introductorio, que hasta la fecha permanece.
Haciendo una regresión, no podemos omitir en esta breve historia, el aporte del p. José Díaz-Barriga quien la mayor parte de su vida la ha gastado en la formación de los candidatos al sacerdocio. Casi todos los sacerdotes que hoy trabajan en nuestras parroquias deben parte de su formación al padre Pepe, como le decimos. Quizá la nota característica que ha legado a las generaciones de seminaristas, y repito, de la mayoría de los sacerdotes que laboran entre nosotros, es la inquietud de ser pastores-sabios que puedan guiar con la verdad de la doctrina cristiana a la grey de esta diócesis. No hay sacerdote o ex seminarista que no recuerde haber sido impelido por él al estudio y profundización de la palabra de Cristo para después darla al pueblo como tesoro y alimento.
Tampoco puedo dejar de hacer mención del padre Daniel Cambrón, quien con su entrega silenciosa, perseverancia continua y sin ánimo de honores humanos, ha trabajado en bien del Seminario por poco más de 30 años de su vida sacerdotal. Quizá el aporte más importante del p. Daniel a la historia del Seminario sea el tutelar la historia. Grandes cambios, como los hubo al inicio de la historia del Seminario, no se realizaran mientras él estuvo en el Seminario, sin embargo, el legado de casi 80 años de trabajo paciente, lo custodiará y, en lo que le permitieron sus fuerzas, lo entregará renovado a los que vendrían después de él. Formadores que aún hoy entregan su vida en bien del Seminario, como el p. Jaime Sarabia, el p. Jesús Rivera, el p. Carlos Alejandro Herrera y el apenas párroco de Tecario, Vicente Mejía. Éstos junto con nosotros, sacerdotes que estamos hoy aquí, los seminaristas, los trabajadores y los miles de bienhechores, continuamos tejiendo la historia del Seminario.
Finalmente, es justo y necesario dar las gracias a obispos, sacerdotes, seminaristas, trabajadores del Seminario y laicos comprometidos con esta Institución. Todos han hecho la historia del Seminario, quien más quien menos, pero todos son parte de esta historia que Dios ha querido en estas tierras michoacanas.
Pbro. Rubén Marroquín Moreno
Tacámbaro, Mich., a 7 de octubre de 2020.
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